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Abrumado por mi descubrimiento quise respirar aire puro,  salí de la abadía y aprovechando las primeras luces del alba pude caminar hasta el pequeño huerto con matas de tomates, pepinos y repollos y mucho más… porque entre aquellas plantas se encontraban  las mismas hierbas que ilustraban el siniestro códice.

Carmen, David, Emilia, Marta y Micol

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